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La semana pasada Spanish Revolution vio un filón en las palabras de Ibai Llanos mientras streameaba: «El esfuerzo no equivale al éxito nunca, porque si no todo el mundo se esforzaría mucho. Hay gente que se esfuerza y lo consigue, y hay gente que se esfuerza y que no». Streamear o transmitir en directo es más difícil que escribir un artículo o pronunciar un discurso previamente preparado, de modo que no hay que hacer leña de la incongruencia de que Ibai diga que el esfuerzo no equivale al éxito «nunca», justo antes de añadir que «hay gente que se esfuerza y lo consigue». El fundamento de esta polémica estriba en que Spanish Revolution, medio ubicado a la siniestra de la izquierda, use las declaraciones descontextualizadas de un streamer de éxito para impulsarse hacia los corazones de una juventud que cada vez está más lejos del socialismo.

El esfuerzo no es una condición suficiente para el éxito, pero es una condición necesaria. Hay tres variables que definen al triunfador: fortunatalento y esfuerzo. Cuanto menos se atesore de una, más necesarias son las otras dos. Pese al descomunal talento con el que les dotó la naturaleza, ¿acaso no hubieron Michael Jordan o Cristiano Ronaldo de invertir miles de horas y de sufrir multitud de sinsabores antes de coronar carreras exitosas? ¿Cree la gente que Steve Jobs o Amancio Ortega construyeron sus imperios sin apenas trabajar? El mismo Miguel de Cervantes hubo de pasarse toda una vida a la sombra del resto de genios del Siglo de Oro, vida en la cual viajó por el mundo y aprendió idiomas, luchó en batallas, recibió arcabuzazos, perdió la movilidad de una mano, fue esclavo en Argelia, prisionero en España; todo mientras leía hasta «los papeles rotos de las calles» para al fin convertirse, ya al final de su vida, en el autor de la mayor joya de la literatura universal. Piense el lector en cualquier genio que admire y comprobará que el esfuerzo fue una constante en noventa y nueve de cada cien casos.

Hay mucha, muchísima gente que no está dispuesta a realizar esfuerzos titánicos ni hacer sacrificios personales por un éxito que no está garantizado. Mala filosofía es esta, en la que mucho pierde el individuo y la sociedad que lo contiene. Llegados a este punto, nos gustaría preguntar a la gente que así piensa si en verdad no preferiría llegar al final de su vida sin tener que arrepentirse no de sus acciones, sino de sus inacciones, lo cual es bastante más doloroso.

Volvamos con Ibai Llanos, que es vivo ejemplo de que el gran esfuerzo, el mucho talento y una pizca de fortuna son los ingredientes necesarios para alcanzar el éxito. Si vemos el extracto entero, y no los cortes que incluye Spanish Revolution convenientemente, el mismo Ibai, con muy buen tino, anima a los aficionados al streaming a que lo practiquen, a que le dediquen su tiempo; pero siempre con un plan alternativo, es decir, sin abandonar el estudio y la preparación profesional, que es lo que proporciona sustento y estabilidad. En verdad el discurso de Ibai, creemos interpretar, está dirigido a la juventud más pubescente, que atraída por cantos de sirena puede ignorar la durísima realidad del mar embravecido (y de las propias sirenas). Sin embargo, Spanish Revolution acerca el ascua a su sardina para hacer una crítica al sistema capitalista, e independientemente de lo que pueda pensar Ibai sobre el capitalismo, tenemos la certidumbre de que no era el caso hacer una crítica por su parte.

Y es que eso es precisamente lo que hay detrás de este vídeo de Spanish Revolution: «Preguntémonos si queremos vivir en sociedades copiadas de Estados Unidos, con desigualdades extremas, obsesión por ganar mucho dinero y gente que se echa a sí misma la culpa por ser una perdedora; o si queremos conseguir que se reduzcan esas desigualdades y que todo el mundo tenga las mismas oportunidades». Preguntémonos, decimos nosotros, si queremos imitar sociedades como Estados Unidos, con todos sus defectos y también con sus muchas virtudes (o como Dinamarca, Australia, Nueva Zelanda o Suiza) o si queremos caminar hacia modelos como los de Cuba, Venezuela o Argentina, que tanto han complacido o complacen a la izquierda española. En una economía de libre mercado, ¿cómo pueden enriquecerse aquellos con «obsesión por ganar dinero»? Tan solo proporcionando a los consumidores bienes y servicios de la mayor calidad al mejor precio. La ambición, egoísmo o avaricia (llámelo cada cual como guste) de los empresarios los convierte en benefactores sociales; la libre competencia los obliga a pujar en innovación, en calidad, los obliga a apropiarse de los mejores empleados y, por consiguiente, a mejorar sus salarios. Todo fluye con mayor facilidad para el trabajador y el consumidor cuando un mercado goza de ausencia de trabas regulatorias y las empresas pueden dedicar el dinero que se ahorran en impuestos a expandirse (contratar más trabajadores, reducir el paro) y a capitalizarse, esto es, a mejorar sus servicios y aumentar la productividad marginal de sus trabajadores, que es lo que permitirá el incremento efectivo de sus salarios (y no los decretos de Yolanda Díaz al estilo franquista, que no hacen sino aumentar el salario de unos a costa de dejar en paro a otros).

«Se debería dejar de promover esa «cultura del esfuerzo»», se atreven a decir desde Spanish Revolution, despojados de toda máscara de moderación. ¿Qué es, entonces, lo que se debería empezar a promover según ellos? El mensaje soterrado es tan evidente que a duras penas podemos decir que es implícito:

No importa el talento que atesores ni cuán grande sea el esfuerzo que estés dispuesto a soportar: en el sistema capitalista, solo triunfan los amigos del poder y los heredados, así que debes apoyar la extracción coercitiva del dinero de los ricos (evidente sinónimo de «gente abyecta») y del tuyo propio; porque el Estado, ente omnisciente e incorruptible siempre que esté en manos de la nunca totalitaria izquierda, es decir, de nosotros, va a gestionar la riqueza nacional y la va a repartir de forma justa y eficiente; y tú vas a ganar con esta repartición, porque un ente infalible como el Estado jamás utilizaría tu dinero para el despilfarro y la creación de redes clientelares ineficaces que le anclen al poder y le permitan parasitarte a perpetuidad; y es bien sabido que el Estado (el nuevo Dios, pues va a crearte un paraíso en la tierra) gestiona mejor que tú tu propio dinero.

Pretenden convertir a los ciudadanos en gente servil y dependiente, susceptible de ser comprada por políticos irresponsables que prometen subir pensiones y sueldos de funcionarios a costa de nutrir la deuda pública, o entregar bonos culturales a una sociedad que tiene una biblioteca pública en cada población y en la que cada persona posee un dispositivo en el bolsillo con acceso a todo el conocimiento del mundo.

En la práctica, el intervencionismo indiscriminado del Estado consiste en solucionar un problema con la creación de otros tres, y a su vez solucionar esos tres con más regulaciones que provocarán nueve desajustes nuevos, y así sucesivamente, en una telaraña de ineficacia, empobrecimiento y clientelismo de la que cada vez es más difícil escapar. Es la propia sociedad civil, cada individuo que la conforma, quien mejor gestionará sus asuntos, y no un burócrata estatal para el que dicho individuo no es más que un número.

La verdadera revolución, la que aún está por llegar a España, será liberal. O no será.