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Los Juegos Ístmicos están a punto de comenzar, el sol brilla en lo alto y Alejandro Magno está en Corinto. Es un día especial. La mayoría de lugareños nunca ha visto a un rey y miles de personas concurren excitadas por la ciudad.

Pero él no está demasiado interesado en los juegos ni en las ovaciones del vulgo: está en Corinto porque quiere ver a alguien.

El rey pregunta e inmediatamente es respondido. Le informan de que el hombre que busca suele estar bajo unos pórticos cercanos, viviendo en la más absoluta mendicidad. La escolta se prepara, el paso se abre, el rey se encamina seguido de toda la pompa propia de su regia dignidad. Miles de corintios, curiosos de la curiosidad del rey, acompañan la procesión.

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